Retratar la belleza no es una tarea fácil, sobre todo en tiempos en los que está tan banalizada. Por un lado hay quienes, para hacer su propaganda política en vista de las elecciones, recubren murales creados como parte de un proyecto cultural de embellecimiento urbano, sin pensar que tal vez la mejor publicidad que podrían hacer sería el respeto al arte y a la cultura como parte no sólo de su imagen, sino de su propuesta política. Por otro lado la cultura global ha hecho de la belleza un bien de consumo. Sin embargo Yuki, tal vez gracias a sus origenes orientales, y a su formación recibida en Japón, asume este reto, y pinta en óleo sobre lienzo lo que por definición es bello. Yuki Hayashi ha hecho de las flores y plantas de su jardín parte fundamental de su obra.
Las artes plásticas orientales cuentan con una fuerte tradición de contemplación hacia la naturaleza como un modo de comprender las fuerzas esenciales que dominan el universo, los métodos de representación y la transmisión de los mismos eran considerados herramientas de superación del ego.
Yuki Hayashi no tiene un gran jardín, ella tiene un patio, en un primer piso. Este patio está poblado de todos esos seres que ella ama observar y retratar, un pequeño espacio lleno de vida, en donde se nota el amor y la dedicación con la que cuida a sus modelos.

En la historia de la humanidad nunca el hombre había sido tan violento contra su prójimo ni de maneras tan elaboradas como hoy en día. La obra de Yuki Hayashi me hace pensar en la película de Miyasaki «La princesa Mononoke«, en donde se libra una batalla entre los humanos que quieren poseer y dominar y los animales que quieren proteger la naturaleza. La batalla termina con la destrucción total, la naturaleza, sin embargo renace, como signo de reconciliación, y en este proceso los hombres renacen también renovados por el dolor generado al haber pasado por una batalla tan sangrienta.

Ante la violencia, la incomprensión, la soledad, el dolor y la muerte, la belleza puede ser, más que una evación, una herramienta de sublimación. La obra de Yuki es esa mirada sensible hacia las cosas bellas de su pequeño jardín. Ese trabajo detallado y minucioso sobre el lienzo blanco que deja vibrar siempre en sus composiciones, es como si trazo a trazo nos invitara a entrar a otro universo de pureza.
En su obra se nota su formación y sus orígenes orientales, ella sin embargo se expresa con el óleo y la línea, siendo que tradicionalmente la pintura oriental usa el agua, la tinta, el trazo, el gesto. La herencia no está tanto en las formas, ni en los gestos, ni en una manera de manejar el agua, la tinta y el pincel. Tampoco se trata solamente de los temas. Se trata de una actitud contemplativa hacia el exterior. Ella pinta la belleza, tanto la belleza natural de las flores, como la de los yuyos parte de la herencia cultural indígena del Paraguay, la belleza de las plantas marchitas, e inclusive la retórica belleza de las flores artificiales. Es como si buscara todas las formas de expresar la creencia en un absoluto.

Mientras vivimos en un mundo lleno de relatividades, en donde la belleza está relacionada a su caducidad, la felicidad a la decadencia, la juventud a la vejez, el arte contemplativo de Yuki Hayashi nos devuelve esa visión poética de la realidad, el blanco palpitante del lienzo se ve invadido por el trabajo minucioso de Yuki que nos ofrece una mirada hacia el mundo invitándonos a reconciliarnos con él.
El producto del último año de trabajo y contemplación de Yuki Hayashi están expuestos desde el 12 de octubre en Fábrica Galería Club de Arte.
Página web de Yuki Hayashi: http://www.hayashiyuki.com/
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