El margen, será siempre mi vanguardia.
María Zaracho Robertti, poeta paraguaya.
Nuestro país ha ido desarrollando un proceso de adaptación al ritmo internacional, desde la ruptura que significó la caída de la Dictadura (1989), mutando hasta la actualidad en una multiplicidad de propuestas, en diferentes lenguajes y medios de elaboración. Es una constante, que durante todo ese proceso de cambio, al mismo tiempo que se reconoce en el exterior la existencia de talento en Paraguay, se resalte la falta de apoyo político y social, hecho que no debería limitar a que la producción continúe. Considero oportuno poder plantearnos interrogantes o poner en debate esta situación, mediante la identificación de nuevos roles de los artístas, la asociación cooperativa y la autogestión colectiva.
Si bien, la actitud de tanto estudiantes de arte, como artistas emergentes con quienes me he relacionado, en su gran mayoría parecieran apuntar todavía a la imagen del creador como genio independiente, característica arrastrada quizás del modernismo, considero casi utópico lidiar con un sistema tan ambiguo y hostil como el nuestro, sin un colegiado en el cual, el artista, pueda crecer y crear, sin temor a la ausencia de un respaldo.
«Nuestro medio es tan hostil, que muchas veces los mejores se exilian en el perfil bajo. Hay demasiado talento bajo la superficie.» Marcelo Medina, artista paraguayo.
Hace un tiempo, me topé con el proyecto del Centro Social Autogestionado “Tabacalera”, una antigua fábrica de tabaco, como su nombre lo refiere, convertida en un espacio en el cual, se trabaja desde la alteridad—no va en contra de lo establecido sino decide ser diferente—, exentos de la influencia de centros oficiales de legitimación y del circuito del mercado del arte, en su accionar la antigua casa abandonada funciona como un nuevo modelo de organización social. Postura asumida, con el fin de evitar que el espacio quede sesgado o influenciado por solo un sector del espectro artístico madrileño. Esta característica también puede ser observada en el programa Sin Créditos de Selina Blasco y Lila Insúa, realizado en la Complutense de Madrid, en el cual, la generación de otros saberes a través de lo colectivo, era posible mediante espacios de trabajo horizontales, en el cual el mero placer por el conocimiento, primaba para la realización de los trabajos.
En el escenario local, iniciativas realizadas como Confluencias del Arte de Sandra Dinnendahl y Walter Tapponier entre la zona Clorinda y Asunción, hasta el reciente Open Studio de Mar Dioverti y otros artistas, o la exposición individual Belleza Matemática, de Daniel Mallorquin, o la muestra Áurea de María Paula Paredes y María José Bastidas. Reúnen, a mí parecer, en pequeña o gran medida una actitud de autogestión, generando espacios al margen de la Gestión Cultural oficial, acciones que complementan lo ya instalado, generando mayor diversidad.


Si bien, una consolidación plena de espacios autónomos, aún es distante, solo por ejemplificar que el país no se encuentra en la hoja de ruta de Residencias de Arte según la última publicación de Modelos de Residencia de la Cooperativa de Arte. Partir de una conciencia de que más allá de la queja a la falta de apoyo, debería existir una acción formativa, quizá sea el camino para dejar atrás paradigmas, que como si de muros de una gran prisión se trataran—parafraseando a Martinessi—, nos apresan.
Citas:
Tabacalera, autogestión y colectividad. Hoyesarte.com
Programa Sin Créditos, Selina Blasco y Lila Insúa. Revista NYR.
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