Rodolfo Oviedo es arquitecto, y su pasión es el arte. Nos conocemos desde hace años, lo encuentro en cada exposición de arte a la que voy y además de vez en cuando recibo su agradable visita en mi taller. Decidí escribir sobre él puesto que siempre me pareció muy particular su manera de invertir. Me dijo varias veces que para él comprar arte es una manera inteligente de ahorrar, en lugar de guardar la plata en un banco, apenas tiene algo para invertir compra arte, y si es que necesita vende, normalmente con el tiempo se han valorizado lo suficiente como para ser una buena inversión.
Según él gracias a internet se eliminaron todos los límites y las distancias y puede entrar en contacto directo con los artistas. “Con internet el artista accede a su público”, dice Rodolfo, “así como fue antes y después de Jesucristo va a ser antes y después de internet, como cuando se inventó la escritura, en ese momento cambió la humanidad”
“En mi conviven esas dos cosas, dice Rodolfo, el arte como placer, y el arte como futura inversión, cuando el precio es muy bueno lo compro para invertir, pero si me gusta verdaderamente no soy tan peleador, hay cosas que compro por puro placer, y otras cosas con una perspectiva de si llegara a necesitar poder vender.
Yo no sé si llego a la categoría de coleccionista, no sé si viste la exposición en el Citi Bank, una exposición que se llama colectores y colectoras, Osvaldo Salerno seleccionó algunos objetos de casa … Yo me considero más bien un colector más que un coleccionista. El término coleccionista ya supone más seriedad y no sé si llego a eso.”
Rodolfo Oviedo se refiere a la muestra Colectoras & Colectores, una muestra armada a partir de la colección de objetos de diversas índoles de artistas, coleccionistas intelectuales. Supongo que el título hace referencia a la película de Agnés Varda “Les glaneurs et la glaneuse”, traducida en español como “Los espigadores y la espigadora” aunque considero más apropiada la palabra “recolectores” pues hace referencia al gesto ancestral de recolectar el trigo, y plantea simbólicamente la vida humana como un tránsito en el que estamos constantemente recolectando y juntando cosas de manera conciente e inconciente y así construyendo nuestra identidad e indagando sobre nuestra razón de ser.
Le comenté a Rodolofo sobre otro documental que había visto, “Herb y Dorothy”, que habla de una pareja de coleccionistas de Estados Unidos que a pesar de no tener grandes recursos lograron juntar una de las colecciones de arte contemporáneo más importantes, siendo una pareja ordinaria lograron juntar una colección extraordinaria. Ella era bibliotecaria y él empleado de correos, se dedicaron a coleccionar arte por pasión y sed de conocimiento.

“Más o menos eso me pasó con Enrique Collar, me dice Rodolfo, le compré porque me gustaba, y hoy en día su obra está muy cotizada. Yo veo, pienso, me ilusiono. En el camino capaz que meta la pata, pero yo creo que no. Pienso que la venta depende mucho del momento en que lo haces, por eso digo que a los 70 probablemente haga una curaduría de mi colección y tal vez me quede con 5 cuadros y el resto vender. Porque uno vende mejor cuando uno no necesita.”
Rodolfo me cuenta de otros coleccionistas que tuvieron la capacidad de descubrir a algunos artistas en sus inicios y cumplir de esta manera también con la función de ayudarlos, dice que a veces la primera época de un artista es la mejor, pues sostiene que a veces la parte comercial devora a los artistas en este medio en el que no existe realmente un mercado de arte. “Creo que en Paraguay es difícil sustraerse al tema comercial. Me encantaría que hubiera más coleccionismo en Paraguay y creo que muchos profesionales jóvenes de decoración y arquitectura no apuestan todavía a eso. Es interesante encontrar un punto medio, pues el que invierte quiere invertir en lo que le gusta, por lo general el decorador quiere sólo que sea lindo, no sé si le interesa comprar arte que le replantea algunas cosas, pero creo que se puede lograr. También sería interesante que las oficina públicas opten más por el arte, hace falta el arte público. Pero la gente no gasta, incluso veo edificios de millones de dólares y no entiendo por qué no pueden gastar en un cuadro. Pero independientemente a éstas críticas veo que hay mucha gente joven comprando cosas, sólo hay que direccionarlos mejor.”
Le pregunté entonces en qué se basa su gusto, y me dice que es simple intuición. “Observo mucho, me gusta la creatividad y la inteligencia del arte, admiro el arte, pero no tengo un mecanismo lógico, es simple percepción. De las obras que tengo que más se han cotizado son las de Enrique Collar. Él me llamaba para ofrecerme, a veces compraba, a tal punto que un cuadro muy bueno de él no pude comprar pero le pasé el dato un amigo que se animó a comprar, a pesar de ser bastante conservador y clásico. Mi amigo siempre me agradece y cuenta anecdóticamente que si yo no le hubiera «hinchado» él no hubiera comprado. Por supuesto se siente orgulloso de que hayan aumentado el precio y que él tenga cierta fama. Da gusto presumir tener algo de alguien más que caro, famoso. Hoy en día la gente quiere la fama, le atrae la fama del otro. Sin embargo para que se cotice un cuadro a veces puede pasar mucho tiempo. Y a veces el hecho de exponer y trabajar en otro país es un plus, como que queremos la legitimación de afuera. El mercado internacional convalida el arte. Yo creo que no es necesario, pero en el contexto del Paraguay en que estamos pendientes de la aceptación de afuera ayuda un poco. La fama influye mucho en los precios, y eso pasa en todos los ámbitos.”
Rodolfo Oviedo es de esos coleccionistas que me recuerdan el documental sobre Herb, un hombre fascinado por el arte, que no se dejaba guiar ni por la fama de los artistas ni por los comentarios de críticos y galeristas, compraba arte en función de su modesto salario. Generaba vínculos intensos con los artistas, algunos de ellos lo sentían más como un colega o un curador que como un coleccionista. Lo más hermoso de su historia es que cuando ya en su casa no cabía más nada no quiso lucrar ni especular con la colección que había adquirido un valor al rededor de 5 millones de dólares, donó 50 obras a 50 museos de Estados Unidos en total 2.500 obras, uno de sus argumentos era que él y su esposa siempre fueron funcionarios del Estado, como su salario venía del pueblo era una manera de devolver lo que había ganado. Herb y Dorothy siguieron viviendo en su modesto departamento de funcionarios públicos. Su acto es para mí una gran obra de arte por la belleza, profundidad y coherencia, atributos en general propios del arte.
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