En estos días estuve pensando en la relación que hay entre arte y corrupción y en los diferentes enfoques que puede tener esta relación.Tal vez para alguien que no haya tenido ninguna experiencia con las prácticas artísticas el arte y la corrupción no tienen nada que ver. Sin embargo, para alguien que escogió el arte como profesión, más de una vez ha tenido que enfrentarse con cuestionamientos éticos ligados a su trabajo.
Desde el momento en que escogemos el arte como profesión, uno de los comentarios que debemos afrontar por parte de amigos y familiares es que “vamos a morir de hambre”. A pesar de ser una frase poco feliz tiene una razón de ser. Al fin y al cabo el arte nunca ha sido realmente una profesión, por más estudios, doctorados, másterados que hagas, eso no te garantiza ni la posibilidad de vivir del arte, ni el ser socialmente reconocido como artista.
Muchas veces te encuentras incluso con la necesidad de hacer otros trabajos para poder hacer arte con libertad, y es uno de los casos más frecuentes, no sólo en Paraguay, en el mundo.
El arte es un camino hacia uno mismo, hay algo que uno quiere expresar, un universo sensorial que uno quiere construir, una manera de ver el mundo particular que uno quiere transmitir. Es una relación con uno mismo y con los demás.
Una relación que puede mantenerse bastante pura hasta el momento en el que entra el dinero y el reconocimiento. Es como cuando un niño en la pureza del juego crea algo hermoso, o tremendamente divertido, entonces viene alguien que le aplaude, lo elogia, se ríe. Por supuesto a todos nos agrada gustar, ser aplaudidos y reconocidos. Pero ¿cómo pedirle a ese niño que recupere la inocencia del juego sin estar influenciado por el querer volver a conseguir ese aplauso, ese elogio, esa risa? Nuestra existencia tan llena de incertezas, se hace por un instante menos pesada, cuando llega ese dólar, ese reconocimiento exterior que te dice que vales algo para los demás.
Pero eso que nació puro, de una relación honesta con uno mismo de repente se puede ver corrompido por el deseo y la codicia. La obra naturalmente se convierte en imagen, y la imagen en estereotipo y el estereotipo en objeto de mercado. Deja en ese momento de ser el rastro de una experiencia creativa para convertirse en una mercancía. Ese es un momento decisivo, en el que de una u otra manera debemos escoger entre seguir jugando sin importar si recibes aplausos y recompenzas, o convertirte en el intérprete de tu propio juego. Creo que en el arte hay que morir constantemente para renacer y corroborar nuestras creencias.
Antes me parecía una frase cliché esa de que ser artista implica morir de hambre. Ahora con el tiempo, con la experiencia, con las miles de preguntas que he tenido que enfrentar respecto a esta “profesión”, entiendo el verdadero riesgo que tiene que ver con ese papel que tiene el arte en la sociedad.
Varias veces he escrito sobre el hecho de que el artista es en el fondo un moralista, y mientras más comprendo mis motivaciones y las de otros artistas más corroboro esta afirmación.
“La hijas del rumpere latino nombran (y crean, al nombrar, como hacen siempre las palabras) la cacofonía y estridencia de nuestro tiempo. Iluminan en sus variantes todas las acciones que destrozan, rompen, hacen pedazos, destruyen, rompen cualquier continuidad.”, encontré esto en la web sobre la etimología de corrupción. Corrupción y disrupción son hijas del “rumpere” latino, la función de ambas es romper desde adentro, el humor y la ironía pueden ser tremendamente disruptivos para alguien que con seriedad trata de transmitir un mensaje o imponer una verdad. Por eso el juego y la ironía suelen ser propios del arte, su naturaleza es disruptiva.

Si hoy en día lo normal es la corrupción, lo disruptivo, el elemento capaz de romper desde adentro ese credo sería el arte con su ética intrínseca.
La corrupción es algo que siempre existió, de hecho según el relato Bíblico, somos hijos de la corrupción, de esa duda sembrada por la serpiente en Eva y transmitida a Adán, duda que generó una brecha a través de la cuál entraron el deseo, la codicia, la vergüenza, perdiendo así el estado de pureza. Una pureza que no es posible recobrar como seres humanos, es un trabajo constante, una utopía. “
La utopía está en el horizonte, sé muy bien que nunca la alcanzaré, que si yo camino diez pasos ella se alejará diez pasos, cuanto más la busque menos la encontraré, porque ella se va alejando a medida que yo me acerco, pues la utopía sirve para eso, para caminar
Vivir en medio de la corrupción no es una novedad, y por más pureza que queramos alcanzar es imposible. Como dice en un texto al respecto Luis Camnitzer:
En principio diría–hablando metafóricamente–que los narcotraficantes de hoy formarán la aristocracia de mañana y que la aristocracia de hoy se originó en los narcotraficantes de ayer. No sé cuantos cadáveres y cuanta explotación se usaron para construir los cimientos de las grandes fundaciones tipo Ford, Guggenheim, Rockefeller, etc., pero seguramente son suficientes para crear sentimientos de culpa entre sus herederos y justificar así sus intentos de indemnizar a la sociedad.
Para artistas políticos como Luis Camnitzer su quehacer en el mundo es particularmente contradictorio, pues normalmente los mayores coleccionistas de arte son millonarios que muchas veces han creado sus fortunas en base a prácticas que entran directamente en contradicción con las posturas mismas de las obras que coleccionan.
Sería tonto negar el hecho de que como artistas somos bufones de la corte. Con ese dato aclarado y subrayado, o tenemos que abandonar el quehacer artístico o administrar las risas lo mejor que podemos para que sirvan al bien común. Esta es otra decisión que solamente puede ser dictada por la conciencia personal.
Escribe Luis Camnitzer en el mismo artículo.
De alguna manera el arte tiene siempre una relación con el poder, porque representa el elemento disruptivo ante los discursos de poder que normalmente tienden a ser absolutistas, como si no existiera ninguna otra verdad, como lo es el actual orden económico y social capitalista que nos hace creer que es la única organización social justa y democrática posible y deseable para el ser humano.
La cultura capitalista actualmente se erige como forma universal de pensar.
Aunque las obras no tengan una relación directa a nivel conceptual con el poder, la posibilidad de generar otros universos, otros discursos, otras miradas distintas a la de aquel que ejerce el poder, es algo disruptivo, irrumpe con la linealidad “destrozan, hacen pedazos, destruyen, rompen cualquier continuidad”.
Pueden ser disruptivos una pintura, una fotografía, una canción, un poema, una melodía, una película que nos transporte más allá de la alienación para devolvernos un pedazo de nosotros mismos olvidado en medio de la caótica existencia que nos exige producir más y más rápido, teniendo cada vez menos tiempo para preguntarnos por el sentido de la existencia o para el goce contemplativo de la misma.
Dos cosas llenan el ánimo de admiración y respeto, siempre nuevos y crecientes, cuanto con más frecuencia y aplicación se ocupa de ellas la reflexión: el cielo estrellado sobre mí y la ley moral en mí.
Escribió Kant en la crítica de la razón práctica. Kant nos sugire que la ley moral nos conecta con lo infinito, más allá de las contingencias, así como lo hace el cielo estrellado capaz de recordarnos que no somos más «que un mero punto en el universo».
En una sociedad organizada en torno a la oferta y la demanda, en donde cualquier objeto u experiencia susceptibles de generar deseo es convertido en mercancía, al artista no le queda otra salida que la honestidad consigo mismo. No se trata de ser insensible a los aplausos, no se trata de no vender, no se trata tampoco de no tratar de vivir del arte, se trata quizás de recobrar constantemente esa pureza inicial, como la del niño que se entrega al juego antes de conocer los aplausos y las risas. Tratar de no ceder al estereotipo seductor de la propia obra, al arquetipo del artista, o al menos no creer en el personaje, saber que es sólo una puesta en escena. Guardar la libertad de no tener que responder a ninguna imagen, sólo a un camino personal.
Hoy en día “te vas a morir de hambre” he comprendido que no es una frase tan negativa, pues implica que la sociedad entiende de alguna manera que el arte no tiene mucho que ver con el dinero, a pesar de que el arte y la cultura suelen estar en manos de las corporaciones ante la ausencia de políticas culturales de la mayoría de los países tercermundistas.
El arte es el elemento disruptivo en un mundo de gobiernos corruptos. Por eso estoy segura de que si hubiera más arte habría menos corrupción. Tal vez tendríamos más posibilidades de reconocer los lazos de poder que nos atan a existencias vacías, sin sentido. Tal vez podríamos reconocer que el ser fiel a un principio o a un valor moral aunque sea difícil de sostener es más hermoso y trascendente que vivir en función de los deseos personales. Tal vez tendríamos la posibilidad de reconocer los discursos que nos condicionan culturalmente y no nos dejan escoger una identidad propia. El mundo y sus pilares construidos sobre el egoísmo y la codicia se romperían desde sus cimientos, linda utopía, ¡Caminemos!
otro artículo de Luis Camnitzer al respecto:
http://esferapublica.org/nfblog/the-corruption-in-the-arts-the-art-of-corruption/
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Lo moralmente aceptado, arte político y política con arte
Educar en arte, una educación subversiva
Las foto destacada es del colectivo artístico «Los Carpinteros»
Las fotos de las obras de James Charles:
https://geektyrant.com/news/2011/6/7/must-see-pop-culture-money-art.html