Hace poco leí un artículo en donde hablaba del selfie de un terrorista publicado en las redes sociales. Como cualquiera de nosotros, ellos también se hacen selfies. Nos sorprende ver a terroristas, como a presidentes, líderes mundiales, futbolistas, actores, cantantes, revolucionarios, inclusive en medio de la quema del congreso paraguayo hubo unos cuantos descuidados que pusieron a circular sus selfies en las redes.
El arte nos muestra ese espacio vacío, que no terminamos de llenar. En este mundo de apariencias en donde todo podemos hacerlo más bello y feliz a los ojos de los demás, el arte nos muestra nuestra humanidad, justo eso que no queremos o no estamos pudiendo ver.

La publicidad convierte cualquier imagen en objeto de mercado
Estamos obsesionados con el reconocimiento y las publicidades nos bombardean contantemente con imágenes de perfección y felicidad. La publicidad se apropia de toda tendencia, sean estas revolucionarias, reaccionarias, anticomerciales, todo lo estetiza y lo convierte en objeto de consumo. De esta manera inclusive la ropa ensangrentada de un soldado Bosnio, o el drama de una familia que acompaña a un ser querido que muere por el Sida pueden ser usados por una marca para que nos identifiquemos con ella.

El selfie es la expresión de la democratización de la imagen
El selfie es una manera de perdurar en el tiempo, así como de acercarnos un poco a esas imágenes de perfección y belleza que constantemente nos están vendiendo. Como si la foto hiciera que el momento durara un poco más, nos proyectamos en el tiempo y en el espacio haciéndola pública, repitiéndola miles de veces en las retinas de conocidos y desconocidos. El selfie es un fenómeno que alcanza todas las esferas sociales, todas las culturas.

El selfie es ese autoretrato hecho con el celular siempre a mano en donde posamos para ser vistos por una inmensa multitud desconocida, en las galerías virtuales circulan por las redes diariamente millones de imágenes sin discriminación. Es la máxima expresión de la democratización de la imagen, todos podemos, por unos instantes, ser vistos y reconocidos.

El selfie es también un testimonio de haber estado en algún lugar. Hoy en día es impensable un viaje que no vaya acompañado con la imagen de nosotros mismos en ese lugar. Un encuentro, una visita, un evento especial son proyectados en las pantallas de cientos de personas a través de los selfies. La imagen corrobora nuestra existencia, nuestra felicidad, nuestro éxito, al mismo tiempo nos apropiamos de los lugares y los momentos a través del acto simbólico de la fotografía.
En otros tiempos no muy lejanos el acceso a las imágenes era bastante limitado. Basta con ver cuantas imágenes de su infancia tenían nuestros padres o nuestros abuelos. Si vamos más atrás todavía, sólo los aristócratas tenían la posibilidad de pagar por un retrato. Hoy tenemos imágenes en alta resolución, filtros, programas y aplicaciones para hacer de las imágenes cotidianas más hermosas y espectaculares. Todos tenemos los medios para desarrollar nuestra imagen y para publicitarnos.
Hoy en día el mito de la caverna de Platón es más vigente que nunca, vivimos literalmente encadenados mirando imágenes que no son más que sombras de la realidad. Hoy más que nunca los humanos nos trasladamos constantemente para hacer turismo y esas visitas van necesariamente acompañadas por imágenes. Sin embargo lo que realmente pasa, no lo podemos atrapar con nuestras cámaras y nuestros filtros.
Qué hay detrás de tanto movimiento constante, qué es lo que perseguimos de manera insaciable, qué hay detrás de tantas imágenes de nosotros mismos.

El arte contempla lo que no se ve a simple vista
Creo que ahí está el lugar del arte. Mientras vivimos distraídos en medio de esa marea de imágenes y sensaciones, el arte ocupa un lugar diferente, y es tal vez el que ha ocupado siempre, el de mostrarnos quienes somos realmente.

Como es el caso de Lucien Freud al que la reina de Inglaterra Elizabeth II le encargó un retrato, y él lo realizó de un tamaño exageradamente pequeño, tal vez para recordarnos que a pesar de su corona que incluyó en el pequeño lienzo, ella sigue siendo pequeña en su humanidad.

Y así como nos fotografiamos también nos pintamos, sólo que para pintar hay que detenerse y ver más de detalladamente. Es entonces cuando podemos ver la tristeza en un esbozo de sonrisa, la soledad en medio de la multitud, las zonas de luz y de sombra en un rostro.

La mirada del artista ve las imperfecciones, todo eso que no se ve a simple vista y lo que no se puede arreglar con filtros porque va más allá de la imagen. El arte desnuda las imágenes para ir más allá de las apariencias. Más allá de lo que pensamos que debemos ser, o lo que se espera de nosotros, el arte nos muestra desnudos, nuestras imperfecciones, nuestras adicciones, nuestras debilidades, nuestro vacío. El arte nos hace esas preguntas fundamentales que no terminamos de respondernos y de las que huimos constantemente.

Otro artículo de interés sobre redes sociales y consumismo estético:
Otro artículo de interés:
El arte es revolucionario en épocas de crisis